Colombia, mi pobre pais

En Colombia, mi pais. He visto a Dios y a Jesus más en la fe del carbonero y en muchos ateos compasivos, que en personas  jurárse mejores que otras. 

Nuestro Dios no está en el birrete, toga, sotana, bata o en el casco de un ingeniero. Está en el corazón de las personas.

Desafortunadamente en estos días he visto desde el pulpito, desde la catedra y de la pluma periodística, gente incendiando el pueblo. Se perdió la mesura.

Los golpes de pecho son fariseos.

Nadie se opone al sano debate político, pero la mezquindad, traición y deslealtad está a la orden del día. Líderes que teóricamente han alcanzado la madurez tanto política como personal azuzando a la gradería cual “hooligans” sin medir las consecuencias. Productos del calculo milimétrico de la política y de los odios.

Si este es el comportamiento de esas personas que menciono en el párrafo anterior; digo, ¿qué se puede esperar del que realmente pasa hambre, dificultades y desesperanzas? Irresponsables todos estos líderes o ¿“anti líderes”?

No puede ser, que la propuesta de una reforma en un país republicano, la cual debe tener curso en el congreso con un debate serio para mejorarlo o cambiarlo, cuyo propósito ha sido noble lo destrocen sin estudiarlo. Mal, muy mal.

Prefirieron satanizar los proyectos de la reforma tributaria, la salud y el de la anticorrupción y, “sin conocerlos”, sin estudiarlos, sin darle el alcance de generosidad que tiene ante una catástrofe como la que vive el mundo y Colombia diseñados para  el bien de toda una población que sufre. 

No hay solución perfecta como tampoco hay almuerzo gratis. Nos tocó a todos, gústenos o no hacer un inmenso esfuerzo de solidaridad. Por fortuna existen sectores que han entendido que “puede haber una mejor reforma”.

Ahí está Dios.

Dios salve la patria.