Colombia vision a 12 años
Colombia: Orden, Libertad y Equidad para los Próximos Doce Años
Pensar el futuro de Colombia exige algo más que consignas o pasiones de coyuntura. Supone entender que las naciones se edifican con paciencia, responsabilidad y una visión prolongada del tiempo. Durante más de dos siglos de vida republicana, hemos vivido entre el ideal de la libertad y la necesidad del orden, entre la aspiración de justicia y el peso de la inequidad. Hoy, cuando el país parece extraviado entre extremos, es urgente reivindicar una visión política basada en el equilibrio: orden con libertad, desarrollo con inclusión y autoridad con humanidad.
Defender el orden no implica autoritarismo, sino garantizar la convivencia y la seguridad que permiten florecer las libertades. Sin libertad de movilidad, de expresión y de empresa, una nación se paraliza. Sin embargo, sin orden y seguridad, esas libertades se diluyen en el caos. Colombia necesita reconstituir el valor del Estado de derecho, fortalecer sus Fuerzas Armadas —columna vertebral de la soberanía— y recuperar la confianza en las instituciones. Reestructurarlas no significa debilitarlas, sino darles sentido moderno, técnico y ético, incorporando nuevamente a los cuadros de experiencia hoy desperdiciados en el retiro.
La libertad económica es otro pilar. El libre mercado, bien regulado y acompañado de una política social sólida, puede ser el motor del desarrollo. Romperle el cuello a la inequidad social no se logra destruyendo la economía, sino expandiendo las oportunidades de progreso. Colombia debe transitar hacia un modelo laboral del siglo XXI, flexible y digno, que reconozca la transformación tecnológica y el valor del talento. Del mismo modo, una educación mixta, abierta y accesible, puede ser la mayor herramienta de movilidad social, siempre que premie el mérito y fomente la innovación.
En materia institucional, las reformas son inaplazables. La justicia necesita reconstruirse desde su ética y su funcionalidad: hoy es un sistema ineficiente, politizado y desconectado del ciudadano. La reforma política, por su parte, debe devolver la representatividad y cortar de raíz los incentivos perversos que alimentan la corrupción. Allí, la tecnología —especialmente los sistemas basados en blockchain— puede ofrecer transparencia real, trazabilidad y control social sobre los recursos públicos.
El desarrollo físico del país requiere visión de largo plazo. Colombia tiene dos mares subutilizados, una altillanura inmensa y una Mojana que podría ser un emporio agroindustrial si se gestionara con inteligencia y respeto ambiental. Reactivar las obras de infraestructura no solo disminuye tiempos y costos, sino que multiplica el empleo y la integración regional. La apuesta por el friendshoring, que acerque la producción a socios confiables, puede ser la vía para que el país entre a la nueva economía global.
Nada de esto se logra en un solo gobierno. Se necesitan doce años de continuidad institucional, tres periodos de trabajo articulado y acumulativo. Construir sobre lo construido debería ser una política de Estado, no una frase vacía. Los verdaderos estadistas no piensan en su popularidad sino en el país que dejan. Por eso, quien se atreva a dar el primer paso hacia esta transformación deberá aceptar ser impopular, resistir el ruido de los extremos y gobernar desde el conocimiento y la decencia.
Mi posición, entonces, es la de un conservador moderno, de derecha con sensibilidad social, defensor de la propiedad privada y de la integridad del ciudadano. Pero sobre todo, de alguien convencido de que ninguna ideología sirve sin un principio ético: el ser humano como centro de toda acción política. Un líder que no sea buena persona —en el sentido más profundo de la palabra— no puede gobernar. La historia reciente lo demuestra con creces: cuando el ego, la corrupción o la soberbia sustituyen al servicio, la república se empobrece moralmente, aunque las cifras aparenten progreso.
El reto de Colombia no es solo económico o institucional, es espiritual: reencontrar el sentido del deber, de la palabra dada, del trabajo honesto y del respeto mutuo. Solo entonces podremos aspirar a un país que combine orden con justicia, autoridad con bondad, libertad con responsabilidad. Y ese, más que un programa político, es un llamado al alma de la nación.
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